Crítica de cine: “La Madre del Cordero”. ¿Arquetipos o lugares comunes?

 Crítica de cine: “La Madre del Cordero”. ¿Arquetipos o lugares comunes?

Puede que esto sea una impresión mía, pero el cine chileno, pese a que ha cambiado mucho en sus propuestas, ahora ha adoptado traumas nuevos. Si bien antes todo giraba en torno al Golpe Militar y a la comedia sexual, ahora hemos decantado en otros arquetipos que se repiten cada vez más.

La cultura occidental se empeña en recordarnos que los viejos son un lastre, una carga, y que tanto física como psicológicamente no están capacitados: “Gatos Viejos”, “No soy Lorena”, “El Último Lonco” y ahora “La madre del Cordero”, de Rosario Espinosa y Enrique Farías, repiten o reutilizan personajes al punto en que estos llegan a ser ligeramente unidimensionales.

Cristina (María Olga Matte) es una mujer que ha llegado a una edad en la que se supone se le fue el tren y ya no tuvo hijos (Como si solo se viniese al mundo a eso), todo a causa de que ha tenido que hacerse cargo de su vetusta madre (Shenda Román). A causa de eso ha desarrollado una personalidad reprimida, tímida y que no toma riesgos, baja los ojos cuando la miran y haba en un tono en el que pareciera estar siempre pidiendo perdón. Su vida cambia cuando se reencuentra con Sandra (Patricia Velasco), una antigua amiga de la infancia que parece ser su opuesto: desinhibida, dispuesta a experimentar sexualmente, jugadora, buena para el carrete, etc. Así Sandra intentará ayudar a Cristina a que saque la cabeza del culo, forjando una relación que recuerda un poco a la que tenían Mariana Loyola y Catalina Saavedra en “La Nana”.

La historia recorre un camino bastante conocido: Cristina se halla atrapada en su propia vida, la edad le pesa y se lamenta de no haber conseguido ninguna meta, y Sandra es la tabla de salvación a la que se aferra para experimentar la vida intensa y llena de experiencias que ella misma se ha negado. Los tres protagonistas son bastante comunes: Cristina es la perdedora pusilánime, Sandra es la florerito mala influencia, y la madre de Cristina es la vieja amargada y jodida. Todo esto transcurre en una atmósfera silenciosa, sin música y con enormes silencios que solo acentúan la personalidad de la protagonista. Este recurso es otro elemento recurrente en el cine chileno, y a veces uno se pregunta si existirá una razón por la que se evite la generación de atmósferas por medio del sonido. O quizás uno está muy acostumbrado a otro formato de cine, qué se yo, estoy re loco.

Todos estos tópicos me hacen preguntarme si hay algún motivo en el que existan tantas películas con estos arquetipos ¿Refleja la imagen que los chilenos tenemos de nosotros mismos? En una época en la que los 40 son los nuevos 30, las personas cada vez se casan y reproducen menos, la independencia económica tarda mucho más que antes en llegar, las personas se preocupan más de vivir, viajar y experimentar que formar una familia, y el éxito se ha convertido el eje de la vida de muchos ¿Es así como nos estamos viendo los chilenos? ¿Cómo un puñado de Seymour Skinners a quienes la vida se les está escapando, entre rutinas y arrepentimientos? ¿Son nuestras familias una carga que corta nuestras alas? ¿No puede haber un punto intermedio entre la libertina Sandra y la reprimida Cristina?

Cristina experimentará una adolescencia tardía en la que desafiará a su madre y se rebelará contra las responsabilidades, alentada por su amiga, y por supuesto el empezar a vivir realmente le lleva lesbianismo y ludopatía, porque vamos, si no tomas y, fumas y juegas, no estás viviendo realmente.

Pese a todos los arquetipos que menciono no hay duda en que las tres protagonistas son excelentes actrices incluso en roles tan limitados, y María Olga Matte es increíblemente creíble (Me salió bueno el oxímoron ¿Ah?) para encarnar a esa chiquilla tímida que nunca fue rebelde de joven y ahora, como el universitario perno que jamás había dado un beso o fumado un pito, la rebeldía se apodera de ella para recuperar el tiempo perdido.

“La Madre del Cordero” es pese a todo una cinta interesante aunque tampoco muy innovadora, y aunque uno no sabe si está frente a arquetipos o lugares comunes, las excelentes actuaciones permitirán adornar una trama que resultará bastante familiar.

Por Felipe Tapia, el crítico  que se ofrece para intercambio de fluidos

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