Crítica de cine: “El final del día”

 Crítica de cine: “El final del día”

Ecología genérica.

Quillagua es un pueblito en el norte de Chile. Un oasis en el desierto de Atacama, explotado por mineros, aislado, rural y con pocos habitantes, quienes llevan una vida sencilla, se encuentran de pronto con una noticia que proviene del mundo moderno y a la vez antiguo: la profecía maya de que el mundo se acabará el 21 de diciembre del 2012, todo esto alimentado por la famosa película y el periodismo irresponsable y sensacionalista.

A partir de entonces el documental transitará por el pueblo, mostrándonos el estilo de vida y las creencias de los pobladores, sus opiniones acerca del inminente desastre, y la aparente resignación por este. El problema de la película es que se esfuerza en vano por hacer ver a los habitantes como atrasados e ignorantes, no indaga en los motivos por los cuales creen que el mundo se acabará, y no establece un vínculo entre el eje argumental y lo que va mostrando: el modo de vida retirado de las personas del pueblo, y el extraño mensaje ecológico que hay detrás.

Curiosamente se intenta asociar el concepto del fin del mundo como una consecuencia de la irresponsabilidad del ser humano para con el planeta. Sin embargo este mensaje, demasiado general y simple, sin aludir a los daños específicos que se le están propinando al planeta, no cala muy hondo, pues a estas alturas existen cientos de películas y documentales que profundizan mejor en el tema. Además no se establece un vínculo entre el daño ecológico y el cataclismo mundial: que el río esté contaminado, vale, es algo malo, pero no justifica un desastre de esa envergadura.

Supuestamente el fin del mundo constituye una metáfora del cosmos que representa el pueblito, condenado al final por su aislamiento, la desaparición de sus recursos y el abandono de los jóvenes, quienes se van a la ciudad en busca de mejores oportunidades. Por lógica, los habitantes de Quillagua solo pueden esperar impotentes como su mundo se desmorona.

Se pudo también profundizar más en la vida de los pobladores, pero no se hace, solo conocemos a un par de manera bastante superficial, no sabemos por qué creen que se acabará el mundo, en Qullagua están acostumbrados a estar preparados para el fin, incluso su discurso a ratos es poco creíble y parece pauteado, ya que se ven demasiado tranquilos ante el inminente desastre.

“El Final del día”, del director Peter McPhee Cruz, no parece tener un norte muy claro: no se sabe si su propósito es hacer ver a los habitantes de Quillagua como atrasados e ingenuos, formular una crítica a los medios masivos (Al final del filme) o dejar un mensaje ecológico. Todas estas ideas no están bien cohesionadas y al final del día, uno se queda solamente por un transitar fantasmal y poco preciso de lo que pasa en el pueblito.

Por Felipe Tapia, el crítico que compensa todos su defectos con una buena actitud

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