Crítica de cine: Apóstol

 Crítica de cine: Apóstol

Desde hace ya un buen tiempo que el cine de terror dejó de darme miedo. Debo reconocer que para mí, clásicos como “The Exorcist”, “The Omen” y “Carrie”, siempre serán mis favoritas dentro de este género y, lejos de que los efectos hoy en día a algunos les parezca gracioso, hay algo en esta generación de películas que no logran los nuevos directores de terror: la atmósfera de extrañamiento y miedo. Hoy, pocas películas logran construir el terror psicológico necesario como para involucrarnos de manera ideológica y no solo física en el terror.

Si consideramos que el terror como género ha quedado preso de la literalidad de sus monstruos y en el abandono de la sugestión para sembrar una duda en el espectador ante la posibilidad de identificarnos con las situaciones de sus protagonistas con estos métodos cada vez más efectistas que hacen que de entrada digamos “si claro, que exagerado”, podemos decir que hoy lo que se entiende por terror es el consumo de sangre, violencia y monstruos en pantalla, donde el miedo propiamente tal parece un resultado accidental.

En mi búsqueda por encontrar ese tipo de horror en el cine actual es que me encontré con “Apóstol”. Esta película inglesa dirigida por Gareth Evans y producida por Netflix, aunque no construye una atmósfera demasiado fuerte logró llamar mi atención por dos simples razones, originalidad y realismo.

La película trata sobre un hombre de fe Thomas Richardson, quien ha sido enviado por su padre a una isla donde se presume mantienen secuestrada a su hermana con el propósito de que la rescate. La isla está controlada por una secta religiosa que dice dar protección a los más desposeídos, sin embargo Thomas descubre más de una contradicción en las formas y creencias de esta gente.

La película logra establecer un relato de suspenso con un guion que utiliza el “realismo mágico” para establecer posibilidades que hoy en día hemos olvidado por completo cuando se trata de terror. En esta cinta el terror va de la mano del hombre y la violencia explícita e implícita de sus sistemas de creencias, en Apóstol se ejemplifica perfectamente lo que sucede cuando el fanatismo religioso, sea cual sea la corriente que se predique, sobrepasa los límites de la humanidad y la razón transformándose en unos de los motores de los horrores más grandes contra la propia humanidad.

Así, el correlato religioso donde la figura del Dios supremo está situado en la figura de la madre tierra, se vuelve un llamado de atención ante la necedad del Hombre. La pugna entre lo que nos imponen a creer versus lo que realmente la Divinidad desea para nosotros, hace que se experimenten los dolores y horrores más grandes de la comunidad en cuestión. Es así como somos testigos de escenas de extrema violencia donde la representación realista de ésta hace que se te contraiga el estómago y te cuestiones nuevamente los métodos medievales de tortura que se usaron por mucho tiempo contra quienes decidían creer en otro tipo de Dios o filosofía de vida. Paralelo a la violencia además está presente en esta cinta el dolor, ese que vine del alma y de los sentimientos más nobles, el deber del ser contra el deseo individualista de tu ego.

Finalmente, la película sobresale no tanto por los monstruos o las sensaciones sugeridas por los ambientes y personajes, sino por lo explícito del dolor de sus protagonistas, el dolor de sus propios dioses ante la ceguera de la humanidad dejando un mensaje evidente al cierre de la historia. Nosotros, los hombres y las mujeres somos la Divinidad.

Por ©Camila Aguilera Pinto
En Twitter: @Acitanul

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